(He aquí la eterna pregunta)
¿Turrón
del duro o del blando? ¿Villancicos en castellano o en inglés?
¿Nochebuena en familia o de viaje? La Navidad ya ha llegado y lo ha
hecho cargada de preguntas.
Como
cada año por estas fechas comenzamos a preparar las fiestas de
Navidad: los comercios se disfrazan de improvisados talleres de Santa
Claus, las calles se llenan de luces –eso sí, LED y en horario
restringido, para contaminar menos– y el ambiente se impregna de
ilusión, algo de ansiedad y angustia, y, por supuesto,
claustrofobia, porque salir a la calle es todo un desafío.
Uno de
los rituales más habituales en estas fechas es la decoración de la
vivienda con su Nacimiento, sus guirnaldas, su espumillón, sus luces
de colores y, por supuesto, con su árbol de Navidad. Y es que ya son
pocas aquellas casas que no cuentan con un abeto decorado. De hecho,
en EEUU se calcula que 100 millones de hogares tendrán uno, mientras
que en España la cifra se sitúa en el 85%.
Esta
tradición, que tiene su origen en la Alemania del siglo XV-XVI
como protección a los bosques los días previos a Navidad
–aunque algunos afirman que es aún más antigua – ha ido
evolucionando a lo largo de los años. La llegada del plástico a
nuestras vidas también marcó un antes y un después para el árbol
de Navidad y ahora, en pleno siglo XXI, el debate se sitúan en torno
a su sostenibilidad.
La
respuesta puede sorprender, pero depende –"¿de qué
depende?", que diría la canción– de muchos factores:
Por un
lado, el árbol natural, aquel que conserva sus raíces pueda volver
a plantarse y esté en una maceta, genera una pequeñísima huella
ambiental. Sin embargo, si el árbol ha sido cortado la situación es
muy diferente. Según la
compañía británica Carbon Trust, un árbol de dos metros sin
raíces deja una huella de carbono en 3,5kg CO2e y 16kg CO2,
dependiendo de si termina siendo quemado, que resulta menos
contaminante, o camino al basurero.
Lo ideal es optar por aquel que tiene la posibilidad de vivir en un jardín por un largo período de tiempo, pero de no ser así y llega el momento de despedirse de él, hay que informarse de los puntos de recogida o de las campañas puestas en marcha por los organismos locales para su eliminación segura.
Si optamos por un árbol de Navidad artificial, lo ideal es que sea
de buena calidad y se pueda reutilizar durante muchos años. Hay
que tener en cuenta que su huella de carbono es de 40kg CO2.
Para su eliminación hay que acudir a un punto limpio y nunca tirarlo a la basura sin más.
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